De los celos a la admiración

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Pistorius, durante su serie. MAX ROSSI (REUTERS)

CARLOS ARRIBAS / elpais.com – En el largo y tortuoso camino recorrido hasta Daegu, en Daegu mismo, Oscar Pistorius ha descubierto una cosa sorprendente, que otros atletas le envidian por tener fibra de carbono en las piernas en lugar de carne y huesos, por tener tornillos en lugar de tobillos. Jo, qué morro, le han dicho algunos, y otros como el campeón olímpico Angelo Taylor lo han declarado públicamente, tú no te lesionas, no puedes sufrir fascitis plantar ni te puedes romper el tendón de Aquiles; tú, si se te rompe una pierna, te pones otra y ya está. Como diría el otro, ventajas de ser un pionero, de viajar delante de los demás, desvelando a su paso las miserias humanas.

Era estos celos, ridículos, como todos -y la velada acusación de dopaje tecnológico, de que sus cuchillas le dan una ventaja, a la que siempre responde preguntando retóricamente que si fuera así, ¿por qué no hay más atletas paralímpicos de su nivel??, hasta hoy el principal indicador de que el biónico atleta sudafricano tenía razón en su pelea, que no era una locura reclamar el derecho a participar de igual con atletas enteros en las más importantes competiciones.

La confirmación de la justicia de sus peticiones -Pistorius, de 24 años, está en Daegu primero porque el Tribunal Arbitral del Deporte anuló la prohibición infligida por la federación internacional, y después porque consiguió la marca mínima exigida en los 400 metros-, de que su participación no era un regalo ni un capricho, y también la admiración de los aficionados y de algunos compañeros atletas, que no todos son del género envidioso, la alcanzó en la madrugada española de hoy, mediodía de neblina, calor y humedad, como no podía ser de otra manera en la gris Daegu, al lograr clasificarse para semifinales. Corrió en la calle 8, sin referencia a su derecha -exigencias de la fama: así los fotógrafos, que le rodearon como moscas en un panal, le tenían más cerca para sus disparos?y también sufrió la inquietud de una salida falsa de otro atleta, pero ninguno de ambos inconvenientes pareció frenarlo. Salió lento, como siempre -desventajas de las cuchillas-, pero, también como acostumbra, a partir de la curva de los 300 se convirtió en una bala. A punto estuvo de ganar su serie, en la que había atletas de 44s, como Chris Brown y Martyn Rooney, pero terminó tercero con 45,39s, la segunda mejor marca de su vida, suficiente para estar mañana, a la una de la tarde en España, corriendo las semifinales.

«Qué alivio, qué alivio», dijo tras la carrera Pistorius, satisfecho como deben sentirse aquellos que saben que lo que han hecho acabará siendo recordado siempre. «Este, el de competir en un Mundial con los mejores, era el objetivo de mi vida. No me siento como un pionero, no quiero, pero sí muy orgulloso, pero estoy muy orgulloso de haber llegado donde estoy. Y espero seguir escribiendo capítulos de este libro, aún soy joven». Pistorius, de Pretoria, nació sin tibias y sufrió la amputación de ambas piernas bajo la rodilla de niño.

Seguramente la historia coreana de Pistorius se quedará ahí, en semifinales -y en lo que pueda hacer si le selecciona Sudáfrica para el relevo-, pues para alcanzar la final necesitaría seguramente hacer una marca fuera de su alcance. Dejará entonces que los focos se centren en atletas como el joven granadino Kirani James o en el norteamericano LaShawn Merrit, el campeón olímpico de Pekín y mundial de Berlín, que regresa entre los más grandes tras cumplir una sanción de dos años por dopaje. Y pese a que la serie del Mundial era solo su segundo 400 tras su vuelta, lo corrió en 44,35s, la mejor marca mundial del año. Pese a su grandeza, generoso y humilde, Merrit prefirió hablar de Pistorius. «Su historia me ha motivado realmente», dijo. «Había hecho la marca para estar aquí. He tenido la oportunidad de hablar un poco con él y he visto que es una gran persona, con una gran personalidad y un corazón enorme. Le deseo lo mejor».

Quizás sean estas palabras, finalmente, más que su pase a semifinales, más que los aplausos de los aficionados, las que justifiquen la lucha de Pistorius, uno que no parará hasta conseguir que todos los amputados del mundo estén orgullosos de vivir con prótesis.

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