El hombre que corría demasiado

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    • El hombre que corría demasiadoLogró el primer oro africano en unos Juegos
    • Un accidente en 1969 le postró en una silla de ruedas

    marca.com – Hay historias que, pese a producirse en blanco y negro, jamás dejan de brillar en color. Sobre todo si se trata de Abebe Bikila, un atleta etíope que murió joven (41) y dejó condensados momentos inolvidables en su corta existencia, como si intuyera todo. Su país natal y Tokio -donde logró su segundo oro olímpico en un maratón-nunca le olvidan. Roma, ciudad que vive anclada al pasado por defecto, simplemente le recuerda eternamente. Aquí se gestó su obra maestra; la capital del mundo antiguo fue testigo de una hazaña sólo apta para los que deciden desafiar al destino para derrotarlo: oro en la prueba reina de fondo corriendo descalzo.

    La naturaleza de las personas se mide en los momentos difíciles. Abebe Bikila tuvo un accidente de coche en 1969 que le dejó parapléjico para siempre. Murió poco después por un derrame cerebral, pero lo hizo con honor, aceptando la realidad tal cual venía: «Fue la voluntad de Dios que ganase en los Juegos y también que tuviera el accidente. Acepto esas victorias y esta tragedia como hechos de la vida para poder vivir feliz». Se fue físicamente, pero sus milagros deportivos permanecen en la retina de los que aman el deporte y especialmente esta prueba tan sacrificada, donde son héroes los que ya consiguen acabarla.

    Bikila nació en 1932 en Jato, un poblado al norte de Etiopía. En sus inicios destacó como un excelente jinete y un gran nadador. A punto de cumplir la mayoría de edad, se trasladó a la capital, Addis-Adeba, para iniciar su carrera militar a las órdenes del emperador Haille Selassie I, quien le hizo descubrir -por accidente- el atletismo y la pasta con la que estaba hecho para honrarlo. Y es que Bikila se vio obligado a realizar diariamente ejercicios físicos para estar en forma. Hasta descubrir, casi sin querer, un talento que poco después pulió el sueco Onni Niskanen, entonces director de atletismo del Ministerio de Educación.

    Un destino caprichoso, la lesión de Wami Biratu, llevó a Roma a este hijo de un humilde pastor de cabras, que aprendió a leer con 14 años. Allí cambió, para siempre, su vida, su país y todo el mundo del deporte.«Haber corrido 42 kilómetros y 195 metros descalzo sobre los sampietrini romanos está en la leyenda. Hablamos de un personaje de otro tiempo que lanzó un mensaje vigente. Él también ayudó a combatir el racismo», la voz es de Giovanni Malagó, presidente del CONI (Comité Olímpico Nacional Italiano), que desempolva un capítulo escrito en letras de oro por un elegido para las carreras de larga distancia.

    La Dolce Vita
    La capital del belpaese, que ya pretendió organizar los Juegos hacía varias décadas -concedidos finalmente a Londres-, vio finalmente cumplido su sueño. Los de 1960 están considerados como uno de los mejores de toda la historia moderna, ya que se fusionaron perfectamente piedras milenarias (Termas de Caracalla, Foro, Mercado de Trajano, Circo Máximo) con atletas irrepetibles que encontraron una sociedad que amaba el deporte, la música, el cine, la gastronomía y la vida nocturna, lugar de encuentro de esa burguesía frívola e hipócrita devota de la Vía Veneto.

    Esos Juegos fueron los del Papa Juan XXIII y los deportistas Pert Fredriksson, Zbiegnirw Pietrzykowsi, Cassius Clay, C.K. Yang, Al Oerter, Armin Hary, Wilma Rudoph y, sobre todo, Abebe Bikila. «No le asustaba nada, porque él había sido soldado. Quedábamos a las 7.00 horas todos los días para entrenar con más corredores», recuerda a MARCA Miguel Navarro, el único español que corrió ese maratón al que Bikila se presentó sin pedir la vez y mordió la historia -plusmarca mundial con 2.15:16 mejorando la de Sergei Popov-. Lo hizo sin sus zapatillas Adidas porque le molestaba una ampolla; ganó descalzo, como las gacelas de su país.

    El hombre que corría demasiado

    En el éxito fue cuando todos tomaron en serio su pretérita afirmación, poco antes de inscribirse, cuando confesó tener mejor tiempo que Emile Zatopek. «La verdad es que fue una gran carrera. Yo quedé 17º haciendo 2.24, muy cerca de Abebe», bromea Navarro. «Salimos del Coliseo y recuerdo ese tramo en Via Appia de noche, alumbrado por antorchas que portaron los soldados romanos. Todo es historia en Roma. Fue lo nunca visto», añade mientras no deja de recordar la suerte de estar allí, en primera persona ante semejante momento de éxtasis bajo el Arco de Constantino. «Es la mejor gesta que he visto a nivel deportivo. Vimos ganar a un fuera de serie», ensalza el ex maratoniano español, que no pierde la oportunidad para dulcificar ese instante pese a las penurias de la época:«Apenas cobrábamos 300 pesetas diarias. Todo era por afición. Fue en Roma donde abrimos un camino para los más jóvenes».

    Camino que también despejó el felino de Etiopía para su continente al convertirse, delante de las huestes de un Mussolini que había saqueado su país en 1935, en el primer africano en lograr un oro olímpico. Él cambió, para siempre, la inercia de África en esta prueba; Haile Gebreselassi, entre otros, tomaron el testigo. El continente negro, con Kenia y Etiopía a la cabeza, comenzó a ser cuna de la maratón.

    Gloria y fatalidad
    Cuatro años más tarde, cuando se alistó para disputar los JJOO de Tokio, fue operado de apendicitis. Aún convaleciente, llegó, vio y ganó con un nuevo récord mundial de 2.12:11 (19,152 kilómetros por hora). Fue la primera vez en la historia que un atleta gobernó de forma consecutiva el maratón en dos citas olímpicas. Esta vez lo hizo con zapatillas y con cuatro años más (32 en su DNI). También con su rostro afilado y largas piernas.

    Desgraciadamente, no pudo culminar el trío de oros en México 68, donde se retiró en el kilómetro 17 por falta de oxígeno y a causa de una lesión.Cedió el testigo a Mamo Wolde, que ganó la carrera. Su última carrera, ya que un año después un terrible accidente con su mítico Volkswagen Beetle le dejó en silla de ruedas.

    Quedó parapléjico, pero con su afán de superación y tras una dura labor de rehabilitación en un hospital de Londres recuperó cierta movilidad para participar, y ganar, un año después, en los Juegos Paralímpicos de Noruega, los 10 y 25 kilómetros marcha. Además de participar, en los de 1972, en la modalidad de tiro con arco.

    Su vela se apagó en 1973, por culpa de las secuelas del terrible siniestro. A su entierro acudieron 75.000 personas, mientras que el emperador Haile Selassie I proclamó un día de luto nacional para homenajear al ídolo del pueblo. Al hombre de pies descalzos que está para siempre en la cabeza de todos los africanos. Al ídolo fibroso y veloz que reinó en Roma, Tokio y el mundo.

    Su compatriota Gebreselassie dejó un mensaje para la posteridad:«Bikila hizo que los africanos pensáramos y dijéramos que si él es uno de nosotros, si él puede hacerlo, nosotros podemos hacer lo mismo».

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