La pionera reservada

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    La pionera reservadaideal.es – Loida Zabala pesa 46 kilos y levanta 100. Trabaja 45 horas a la semana y suma otras dos diarias para un entrenamiento que la ha situado quinta en los Juegos Paralímpicos de Londres. A sus jornadas laborales añade sus quehaceres de «ama de casa» en un hogar en el que vive sin ayudas. Además, Loida Zabala no puede mover sus piernas.

    A sus 25 años, la levantadora de Losar de la Vera atraviesa uno de los mejores momentos de su carrera deportiva. Ha logrado un nuevo récord de España, ha ascendido dos escalones en los Juegos Paralímpicos y es una de las pioneras en la halterofilia española. No obstante, esta joven extremeña elige situarse en un segundo plano. «Prefiero no que me vean como una discapacitada ni como una deportista, sino como una persona más», confiesa. De hecho, Loida insiste tanto en sus reservas que a pesar de su sociabilidad algunas amistades han descubierto que se trataba de una deportista de élite gracias a los medios de comunicación porque ella escondía sus hazañas físicas gracias a su minusvalía: «La gente suele pensar que tengo estos brazos por la silla».
    Inconvenientes
    Es más, para Loida el logro de sus últimos tiempos que más hay que recalcar es el contrato que firmó hace tres años. «Me costó encontrar un trabajo con el que me diera tiempo para entrenar, con mis vacaciones con tiempo para el deporte, con entradas adaptadas para el acceso… Tenía que cumplir muchos inconvenientes y requisitos», reconoce la residente en Asturias. «Estoy en un centro logístico de supermercados y me dan libertad de coger las vacaciones para ir a los Juegos. He tenido suerte porque dos semanas seguidas no te las dan en cualquier empresa», señala la mejor levantadora española de la actualidad.
    Loida debió encontrar una fuente de ingresos porque sin patrocinadores y con escasas ganancias derivadas de la halterofilia resultaba imposible mantener una casa en solitario. Antes, la joven había terminado sus estudios y dejado la casa de sus padres en busca de su sueño. «Sabía que para mejorar tenía que irme a vivir a Asturias y me fui solo conociendo a mi entrenador y nada más. Sabía que si me quedaba no podía mejorar. Me recibieron muy bien y me enseñaron desde lo básico, como respirar o abrir los brazos. Tenía que ir a un sitio como ese para perfeccionar y levantar bien con la técnica adecuada», explica quien alzó 98 kilos en la final paralímpica del sábado. Pero para alcanzar la gloria debió abandonar con 19 años su tierra y a sus allegados. «De Extremadura echo de menos a la familia, a los amigos de toda la vida y conducir por la zona de la Vera. Puedo ir pocas veces al año pero voy en cuanto tengo oportunidad», repasa sin nostalgia, porque disfruta de una utopía.
    La clave de su desarrollo deportivo y de su periplo personal es su preparador Lodario Román, en torno al que orbita su biografía deportiva y privada en los últimos seis años. «Si me dieran la oportunidad de que mi entrenador se fuera a Extremadura me iría. Si se fuera a Madrid a la Blume también me iría con él. Lo importante no es el sitio, sino la persona que te entrena», sentencia sobre la figura paternal del técnico mientras se le adivina alma viajera.
    En Londres compitió por segunda vez en los Juegos Paralímpicos. Mientras que en Pekín terminó en séptima posición, en el Excel británico levantó por dos veces con éxito el peso elegido a pesar de sus nervios y el suspense de su segundo alzado. Entre suspiros y el rito de concentración anterior a cada ejercicio la extremeña pudo repasar con los ojos cerrados el camino hasta la élite: «Realmente cuando empecé con el deporte lo veía imposible de hacer, pero conforme pasan días, meses… Es como cuando vas creciendo y no te das cuenta de lo que vas progresando hasta que pones la vista atrás y ves que es increíble».
    Inflamación medular
    Esa madurez para Loida es un recuerdo de fatalidad. Contaba con once años cuando corría por Vera y probaba con el kárate, entonces una inflamación medular la privó de la movilidad en sus piernas. En lugar de detenerse, Loida buscó la manera de afianzar su carácter independiente y optó por fortalecer su tronco superior para suplir la respuesta de sus extremidades inferiores.
    Su afán llegó hasta el punto de levantar tanta carga que contactó con un entrenador para que le enviara indicaciones a distancia. Pero el procedimiento conllevaba algunos inconvenientes. «Si empiezas a coger manías en el levantamiento te estancas. Las lesiones graves que tuve fueron en los primeros años en mi pueblo porque me mandaba los entrenamientos a casa y hacía ejercicios que son malos y no son válidos para algunos músculos. Tenía mal los codos, las muñecas… prácticamente todo. Pero ahora no me ocurre porque mi entrenador sabe que cuando siento alguna molestia ese ejercicio hay que cambiarlo por otro que no me perjudique o hacerlo con menos intensidad. Realmente es él quien me entrena bien y de una manera que no me lesione y de manera sana», reconoce en agradecimiento a su preparador, aquel con quien dialoga incluso antes de abandonar la zona de levantamientos.
    Aunque en Londres no fue capaz de levantar 100 kilos en su tercer intento, Loida no contempla los límites: «La halterofilia es un deporte que requiere mucha paciencia y entrenar muchos años. Cuando llevas 20 o 15, entonces puedes ser de las mejores. Hace siete años levantaba 45 kilos y ahora 100. Entonces lo veía imposible. La meta que más me gustó fue llegar a los 80 kilos. Luego me puse la de 100. Ahora no sé cuál será la siguiente».

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