El paralímpico de Kabul

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    Rahimi, junto a su casa. | M. Bernabéelmundo.es – «Sí, sí, podrá entrevistarse con él si es que regresa de Londres», contestó el responsable del Comité Paralímpico de Afganistán, Abdul Maksud Khosbin, un joven manco de la mano izquierda, vestido con una camiseta del Barça y una chaqueta de chándal del Real Madridporque, justificó, es forofo de ambos equipos. Khosbin tenía serias dudas de que el único deportista de Afganistán que ha participado en los Juegos Paralímpicos en la capital inglesa volviera al país asiático. Se fugaría si tenía ocasión, creía él. Pero no, Fahim Rahimi regresó, aunque no muy contento. «Desde que he llegado a Kabul, me siento enfermo», confiesa.

    A Rahimi le falta una pierna por encima de la rodilla y se mueve con muletas. La perdió en 1996 cuando era un adolescente, tenía unos 13 o 14 años, y las facciones muyahidines luchaban en Kabul por el control de la ciudad. Él caminaba por el lateral de una calle y, de repente, se oyó un gran ¡bum! y su vida cambió por completo. Una mina antipersona le sesgó una pierna y sus pocos sueños.

    Rahimi, junto a su casa. | M. Bernabé

    Hacía taekwondo, pero lo tuvo que dejar. Y después también perdió el empleo. Trabajaba vendiendo chucherías y refrescos en un cine de Kabul, pero los talibán llegaron al poder y cerraron todas las salas de proyección. «Mis amigos me animaron para que continuara haciendo deporte y no me hundiera», recuerda. Y así empezó a hacer culturismo, después probó el boxeo, y finalmente se especializó en levantamiento de peso ligero, deporte con el que ha competido en dos ocasiones en los Juegos Paralímpicos. Primero en Pekín en 2008, y ahora en Londres.

    «En Pekín iba un poco perdido», responde Rahimi, sin entrar en detalles, cuando se le pregunta cómo fue su actuación en los Paralímpicos de China. En Londres tampoco le ha ido muy bien. «He quedado en décimo primera posición», declara. Pero sólo participaban doce países en levantamiento de peso ligero. Al menos no fue el peor clasificado. El representante de Tayikistán obtuvo una puntuación inferior.

    «Yo era el único que no tenía entrenador», se justifica Rahimi. Y claro, hizo lo que pudo. «El entrenador de India se ofreció a ayudarme durante un día, una vez el representante de su país ya había competido», relata, «y me fue muy bien. Aprendí mucho». Pero en veinticuatro horas no se pueden hacer milagros.

    Entrenamientos después del trabajo

    En Kabul Rahimi también se entrena en solitario, por su cuenta, cuando termina su jornada laboral. Es conductor de los denominados ‘tunis’, furgonetas comunitarias que la gente utiliza como transporte público en la capital afgana. El resto de deportistas del Comité Paralímpico afgano también se buscan la vida como pueden. En total son unos 150 deportistas, entre ellos diez mujeres, la mayoría mutilados por minas antipersona, que practican atletismo, natación, voleibol, baloncesto y pin-pon.

    «Queremos que al menos el Gobierno nos pague el transporte de casa al estadio para ir a entrenar», comenta el responsable culé-madridista del Comité Paralímpico, que reconoce que disponen de poquísimos recursos.«Años atrás Estados Unidos nos donó cinco sillas de ruedas de segunda mano, pero ya están casi destrozadas», lamenta.

    Rahimi ha sido el único discapacitado afgano que ha participado en los Juegos Paralímpicos de Londres, a pesar de que en Afganistán hay un auténtico ejército de mutilados. Durante años el país fue uno de los más minados del mundo, y en la actualidad centenares de personas continúan siendo amputadas cada año por los artefactos explosivos que los talibán esconden en los caminos.

    Posible retirada

    «Cuando regresé de Londres, nadie me estaba esperando en el aeropuerto y el Gobierno no quiso enviar un coche a recogerme porque, dijo, ¿para qué, si no ha ganado ninguna medalla?», explica Rahimi, que se muestra abatido y se plantea tirar la toalla, abandonar el deporte.

    Rahimi ha regresado al Afganistán real, y no al artificial de las grandes competiciones. El deportista vive en la ladera de una montaña en Kabul, donde resulta difícil subir incluso para quienes tienen dos piernas. Allí no hay agua corriente, ni alcantarillado. Las aguas fecales corren colina abajo en forma de riachuelo fétido. Y sólo hay electricidad algunas horas al día.

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