Alfonso Fidalgo, el rebelde discóbolo de Cembranos

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El atleta leonés dominó durante una década el lanzamiento de disco y de peso para ciegos. Ganó cinco oros y una plata en los Juegos Paralímpicos, una veintena de medallas internacionales y fue campeón del mundo y de Europa.

Jesús Ortiz / dxtadaptado.com

Cuando Alfonso Fidalgo salía de la jaula y del círculo de lanzamiento era con una medalla al cuello. Aquella torre de músculos alcanzaba una perfecta coordinación entre velocidad y fuerza para dominar las pruebas de disco y de peso. Durante una década, el indómito discóbolo leonés vedó el primer peldaño del podio a sus rivales y dejó una estela imborrable con cinco oros y una plata en tres participaciones en Juegos Paralímpicos (Barcelona’92, Atlanta’96 y Sídney 2000), así como con varios títulos de campeón del mundo y de Europa.

Nacido hace 51 años en Cembranos (León), Fidalgo creció entre tractores, los viñedos de su familia y recorriendo cada palmo de este pequeño municipio a lomos de ‘Rubio’, su inseparable caballo. Hasta que en plena adolescencia la ceguera tocó su puerta. “Tenía retinosis pigmentaria. Con 12 años empecé a perder visión, me di cuenta de que ya no era como el resto de chicos. Vendía flores en la plaza del pueblo y con lo que ganaba le dije a mi madre que me sacaría el carnet de conducir. Ella se echó a llorar, yo no lo entendía, pero ya sabían que me quedaría ciego. Me superó una situación que no esperaba y eso me llevó a ser muy rebelde”, confiesa.

Alfonso Fidalgo en lanzamiento de peso.

Después de sus escarceos con el alcohol y las drogas, pasó del averno a tocar el cielo gracias al deporte, que se convirtió en su válvula de escape. “Me afilié a la ONCE en Madrid, que me dio trabajo vendiendo el cupón. En una noche loca, con más copas de las que correspondían, me encontré con Sinesio Garrachón, quien me animó a practicar atletismo. No me gustaba hacer deporte, hasta en el instituto me saltaba las clases de educación física. Una vez probé el lanzamiento de peso con un hermano de Margarita Ramos, campeona de España durante dos décadas, pero no le cogí el gusto”, recuerda.

Tras un día de juerga se plantó en el estadio de Vallehermoso y en apenas unas horas Sinesio, 13 veces campeón de España en disco, pensó que había madera de atleta. No se equivocó. “Estaba muy fuerte por naturaleza y tenía buena base para lanzar. Desde el minuto uno sentí que el disco era una parte de mi cuerpo. Siempre me consideré más discóbolo, aunque las medallas eran golosas y en cada competición iba también a por la de peso. Mi entrenador me ayudó, me escuchó, me aconsejó y me hizo entender que el deporte podía ser una filosofía de vida. Me lo enseñó todo, aprendí a perder para luego saber ganar, siempre con los pies en la tierra”, asegura.

A inicios de los años 90, en la Casa de Campo de Madrid arrancaba una carrera espectacular. “Sin medios ni recursos y con materiales rotos o desgastados teníamos que buscarnos la vida para entrenar. Los operarios que podaban los árboles recogían rápido las herramientas al percatarse que éramos ciegos los que lanzábamos aquellos artefactos”, dice entre risas. Apenas llevaba unos meses y en Segovia añadió la primera muesca a su cinturón con un oro en el campeonato nacional. Pese a ello le dejaron fuera del Europeo de Holanda: “Me dolió mucho y casi abandono. En aquella época no éramos profesionales y nos mangoneaban cómo querían”, lamenta.

El lanzador leonés en Barcelona’92.

Doblete de oro en Barcelona’92

No claudicó y al año siguiente se llevó un oro y una plata en el Europeo de Caen (Francia). Fue su carta de presentación en la élite, aunque lo mejor estaba por llegar. Henchido de ilusión y moral aterrizó en Barcelona’92, unos Juegos que le marcaron. “Venía de hacer una gran preparación, la ONCE me había liberado de la venta del cupón durante unos meses y me dio una beca de 65.000 pesetas. Recuerdo que fue impactante llegar a la Villa y contemplar todo tipo de discapacidades, se me quitaron los complejos. Uno de los momentos más felices y especiales fue el desfile en la ceremonia de inauguración, fue la hostia, me sentía protagonista representando a mi país ante 65.000 personas”, rememora.

En la competición nadie le hizo sombra, el titán leonés conquistó un doblete dorado. Primero con 35.02 metros en disco: “Cuando estaba en la cámara de llamadas me temblaban las piernas, lloré, reí, no me mantenía en pie y fui al baño hasta cuatro veces. Creí que era incapaz de lanzar, llegar a unos Juegos tan pronto no lo digerí bien a nivel psicológico. Pero me olvidé de todo lo que había pasado, de mi ceguera y todo fluyó para llevarme el triunfo frente a un alemán -Siegmund Turteltaube- que tenía el récord del mundo y me sacaba más de una cabeza”. Con la bola de acero también subió al primer cajón del podio tras superar por ocho centímetros al madrileño Andrés Martínez.

“Era algo personal, quería ganarle sí o sí. Me sentía como Dios, la gente en Montjuic me aclamaba, me querían tocar, parecía un héroe”, subraya. Lo suyo no era flor de un día y quedó constatado en años posteriores tras ser campeón del mundo y de Europa varias veces. También tuvo tiempo para hacer historia en enero de 1994 junto al cantante Serafín Zubiri y al judoka y esquiador Javier Sainz de Murieta, siendo los primeros ciegos en pisar la cima del Aconcagua. “Serafín me estuvo llamando para explicarme el proyecto y yo le colgaba, pensaba que era una broma de mis compañeros. No sabía ni de la existencia de esa montaña, pero le dije que sí a regañadientes de mi entrenador. Era un reto nuevo, quería demostrarme a mí mismo que podía hacer cualquier cosa”, insiste.

Alfonso Fidalgo, a la derecha, en la cima del Aconcagua.

Con la ayuda de su amigo Claudio Esteban Rodríguez se preparó en los Pirineos, en Picos de Europa y en los Andes antes de lidiar con el desafío. Fueron casi 20 días de aventura con episodios complicados: “Lo más difícil era que al no ver no sabes dónde pisas y eso nos obligaba a un gasto extra de energía. Además, cuando hacía frío, con 40 bajo cero, teníamos congelaciones en las orejas y en la cara porque las llevábamos destapadas para poder oír ya que nos guiábamos por los cencerros de cabras que llevaban nuestros guías en sus botas. Ya en la cumbre, uno de los sherpas me dijo llorando que por fin podía contarles a sus padres, que eran invidentes, que una persona ciega puede disfrutar de la montaña. Eso compensó toda la escalada, lo que buscaba con esa expedición era enseñar a los demás que no hay límites”.

Otros dos metales dorados en Atlanta’96

Ese mismo año Fidalgo sumó otra gesta a su currículum al ganar un bronce en el Mundial de halterofilia en Marbella. “Movía mucho peso y a Manolo Rodríguez -uno de los mejores saltadores de la historia- y a mí nos llevaron de relleno, no confiaban en nosotros. Dimos la sorpresa, él logró una plata y yo el bronce”, relata. Dos años después, ‘El Tigre’, como le apodaban, acreditó una vez más su hegemonía en lanzamiento de disco y de peso. Con Sinesio Garrachón, el faro que le guiaba, cosechó otros dos oros en los Juegos de Atlanta 1996.

“Era el favorito, venía de hacer dos récords del mundo en Berlín y nadie me ganaba, físicamente estaba hecho un toro. Un estadounidense me desafió y a mí cuando me tocaban las narices me crecía. Los extranjeros me llamaban ‘El Pollito’ español porque era el más bajito de los participantes, pero el que más lejos lanzaba. Volví a superarles con solvencia. Tenía una gran seguridad y no concebía ir a una competición sin darlo todo, era brutal el desgaste psicológico. Eso sí, los tres días siguientes los pasaba durmiendo por el agotamiento”, explica. Por aquel entonces ya había instaurado entre los ciegos el lanzamiento con giro.

Alfonso tras ser campeón del mundo en Berlín.

“Fui el pionero, era algo imprevisible, no entraba en las pautas de entrenamientos para nosotros. Sinesio se empeñó, utilizaba miles de fotos con diapositivas, él hacía los gestos en el círculo y yo iba tocándole para asimilarlos en mi cabeza. Fue una labor ardua, empecé a girar después de siete meses de paciencia y mucho trabajo. Cuando los entrenadores de otros países me vieron girar, me grababan para que sus atletas copiasen esos movimientos”, afirma el leonés, que también llegó a compartir sesiones con grandes figuras del atletismo como Manolo Martínez o Mario Pestano. “Tuve suerte de tenerles al lado. Llegué incluso a ser número 27 del ranking español en disco y mi ilusión era ir a un campeonato de España absoluto, pero fue imposible porque nunca tuve apoyo, si no, habría llegado mucho más lejos”, sostiene.

En Sídney 2000, sus terceros Juegos Paralímpicos, no faltó a su cita con el podio. “Esta vez no era el favorito en disco y estaba mermado físicamente. Aunque la acogida de la gente fue increíble, recuerdo que antes de lanzar el público me abucheó porque uno de mis rivales era australiano y les respondí con un corte de manga y amarrando el oro en mi primer intento. En peso apareció David Casinos, que fue el campeón y me quedé con la plata. Un año antes él me había quitado el récord del mundo, lo que ha hecho en su carrera tiene mucho mérito”, añade Fidalgo, que estuvo en posesión de la plusmarca mundial en disco durante 25 años con 44.44 metros.

Su despedida llegó en 2001 en el Europeo de Bialystok (Polonia), donde bajó el telón a lo grande, con un oro en disco y una plata en peso. “Decidí retirarme porque me dieron un cargo de responsabilidad en la ONCE, económicamente no estaba bien y lo que me pagaban por competir no me llegaba para vivir. De vez en cuando me gusta coger el disco y hace dos años lancé 40 metros sin entrenar y con una operación de espalda y dos hernias. Me jubilé hace cinco años por incapacidad, he cumplido un sueño que era tocar el saxofón y ahora me dedico a mis hijos, Omar y Luis Adrián, y a disfrutar de la vida”, apostilla el discóbolo de Cembranos, que con perseverancia y tesón supo bailar con la ceguera.

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